Cogito ergo sum
René Descartes (1596-1650).
La locución latina «cogito ergo sum»,
que en español se traduce frecuentemente como «Pienso luego existo»,
siendo más precisa la traducción literal del latín «pienso, por lo tanto soy»,
es un planteamiento filosófico de René Descartes,
el cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental.
«Cogito ergo sum» es una traducción del planteamiento original de
Descartes en francés: «Je pense, donc je suis»,
encontrado en su famoso Discurso del método (1637).
La frase completa en su contexto es:
Mais, aussitôt après, je pris
garde que, pendant que je voulais ainsi penser que tout était faux, il
fallait nécessairement que moi qui le pensais fusse quelque chose. Et
remarquant que cette vérité: je pense, donc je suis, était
si ferme et si assurée, que toutes les plus extravagantes suppositions des
sceptiques n'étaient pas capables de l'ébranler, je jugeai que je pouvais la
recevoir sans scrupule pour le premier principe de la philosophie que je
cherchais.
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Pero enseguida advertí que mientras de este modo
quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba,
fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy,
era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes
suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo,
como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.
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La frase de Descartes expresa uno de los
principios filosóficos fundamentales de la filosofía moderna: que mi pensamiento,
y por lo tanto mi propia existencia, es indudable,
algo absolutamente cierto y a partir de lo cual puedo
establecer nuevas certezas.
Antecedentes
Aunque la idea
expresada en «cogito ergo sum», ("pienso, luego existo"), se atribuye
a Descartes, existían formulaciones anteriores, alguna tan exacta a la suya
como la de Gómez Pereira en
1554:
«Conozco
que yo conozco algo. Todo lo que conoce es; luego yo soy, (Nosco me aliquid
noscere: at quidquid noscit, est: ergo ego sum)»
con antecedentes en Agustín de Hipona,
«Ac
proinde haec cognitio, ego cogito, ergo sum, est omnium prima et certissima,
quae cuilibet ordine philosophanti occurrat.»
El argumento de «cogito ergo sum» puede
considerarse también un desarrollo ulterior del argumento del Hombre Volante
de Avicena.
...
«Si te imaginas que tu mismo ser ha sido creado desde el comienzo con un intelecto
y una disposición sanos, y si se supone que, en resumidas cuentas, forma parte
de tal posición y disposición que sus partes no sean vistas ni sus miembros se
toquen, sino que, al contrario, estén separados y suspendidos durante un cierto
instante en el aire libre, tú lo encontrarías no dándote cuenta de nada excepto
de la certeza de su ser»...
Descartes fue acusado de plagio,
especialmente por la coincidencia con el texto de Gómez Pereira y el
planteamiento del discurso del método que ya aparece en Francisco Sánchez, Véase por ejemplo la crítica de Pierre Daniel Huet.
Contexto de significado
El enunciado en
francés Je pense, donc je suis (Yo -yo deíctico- pienso por ende yo soy), transcrito al latín
como cogito ergo sum y al español castellano como
"pienso, por lo tanto soy" muchas veces ha sido y se entiende mal,
como que "a partir del pensar se es", en rigor la frase es base para
el racionalismo ya
que en su Discurso del método Descartes
busca algo concreto en lo cual se base la razón (y por esto el racionalismo), entonces, tal cual
lo expresa muy claramente Descartes en ese libro suyo, comienza a dudar de todo
lo que existe (eso se llama duda metódica), duda hasta de los dogmas (que eran la "verdad" inapelable antes del cogito cartesiano)
pero casi como siguiendo el método aporético preconizado por Sócrates llega a un punto indubitable: aquel en el cual
reconoce que su pensamiento sale de un punto llamado yo, sea lo que sea ese yo es indiscutible que existe y
si existe algo que es el yo entonces también puede existir la realidad de la cual el yo es un subconjunto y
ciertamente lo real que hace concreto al yo, esa es la base de la objetividad de la existencia. Tal descubrimiento cartesiano
sirve de piedra de toque para
que la filosofía e incluso la ciencia tuvieran cimientos racionales y no
metafísicos.
Así entonces el «yo pienso entonces soy»
(que se entiende como «yo pienso, por lo tanto soy») ha resultado básico para
el desarrollo del pensar racional a partir del siglo XVII. Pero en la segunda
mitad del siglo XIX Nietzsche
considera que Descartes ha planteado su célebre enunciado como un silogismo en el cual la premisa mayor no estaría
demostrada por ello la proposición cartesiana no cumpliría con todos los pasos
de un silogismo al no depender de premisas mayores y, especialmente, en tal
proposición se pone explícitamente de antemano aquello a lo que todo
conocimiento y toda proposición apelarían como fundamento esencial, en todo
caso el cuestionamiento de Nietzsche tiene su sesgo nihilista y una posible recaída en el irracionalismo. En el siglo XX el primer Sartre defendiendo pese y desde a su existencialismo al racionalismo ha sostenido muchas de sus
elaboraciones intelectuales en el apotegma cartesiano, pero casi al mismo tiempo que
Sartre, Heidegger planteaba
que había un defecto en el enunciado cartesiano y hacía renacer las objeciones nietzcheanas, poco tiempo después Lacan utilizando la especial nuance (matiz)
que en idioma francés distingue
dos formas de yo: el je (yo deíctico) y el Moi(yo pronominal) distingue al "yo (deíctico) pienso entonces
(yo pronominal) soy", siendo el Moi (como para
Sartre) el verdadero equivalente al ego (añadiéndole una develación Lacan al yo
pronominal: «el ego es principalmente inconsciente: la existencia del yo ocurre entonces incluso antes
del pensar del yo»)...
Lo indudable
Lo indudable es lo
que es imposible (o acaso imprudente) dudar. Algo puede ser indudable de manera
absoluta, como por ejemplo una proposición autoevidente, o también de manera
relativa. Este último caso se daría sólo cuando se satisfacen ciertas condiciones,
por ejemplo si el enunciado de referencia tiene pruebas inobjetables, y éstas
se consideran conjuntamente con él (por el contrario, aislado de sus pruebas,
el enunciado podría parecer dudoso).
Para Descartes serían indudables
aquéllas «ideas» que «no tenemos ocasión para poner en duda» (Discurso,2). Sin embargo, la duda que Descartes considera como un buen medio para
examinar la validez o verdad de sus creencias, no es arbitraria. En la
aplicación real del método cartesiano, sólo la existencia de razones, o
argumentos escépticos vigentes da «ocasión para dudar».
Descartes admite que hay ideas
evidentes. «Evidente» sería para él, por definición, una proposición tal que
quien atiende a ella no tiene más opción que juzgarla verdadera. Así, dado que
para dudar de una idea es preciso ponerle atención, la duda parece imposible,
como por ejemplo con el cogito ergo sum. Sin embargo, Descartes
mismo señala que también las ideas evidentes se pueden poner en duda (esto
sucede hacia el final de la primera meditación, cuando considera la hipótesis del genio maligno). Naturalmente, cosas que para alguien resultan
evidentes, pueden no serlo para otra persona. Así, otro puede dudar de que una
idea que a mí me parezca evidente. En segundo lugar, yo mismo puedo pensar que
estoy expuesto a errar cuando llevó a cabo una operación elemental, cuyo
resultado siempre me ha parecido ejemplarmente evidente (por ejemplo al sumar 2
+ 3 o enumerar los lados de un cuadrado). Y por último, cualquiera puede
plantear la duda en términos generales, ya que la frase «las ideas evidentes
podrían ser falsas» es inteligible.
Dado que la duda se puede extender sin
absurdo hasta las ideas «evidentes», parece indispensable tomar en cuenta, para
la interpretación de Descartes, una segunda manera en que las ideas merecerían
considerarse como indudables: esto ocurre cuando todas las razones conocidas
que subyacen a la duda se pueden refutar. Esto lleva a interpretar la prueba
cartesiana de la verdad de las ideas que él mismo llama «claras y distintas» de
manera dialéctica.
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